lunes, 29 de junio de 2009

Encuento II

Continuacion de Encuentro
Excirto maravilllosamente por Ukas.

No sabía si estaba muerto. Y así debería ser.

Todo parecía un sueño, un sueño..., o ya se encontraba en el Valhalla, con sus hermanos, con su padre, asesinados en su pequeño y hermoso Elwin natal por una horda de No-muertos, una noche de festejo de la feria de la luna, cuando el pequeño Madeo no levantaba del suelo más allá de dos odres de cerveza amarga. Aquella terrible noche su destino se grabó a fuego y sangre en el corazón del pequeño primogénito hijo de ulldar, el herrero; como en la de dos infantes más. Por alguna extraña pirueta del hado que aún no adivina respuesta, la horda respetó la vida de tres bastagos de La Alianza. Madeo fué uno de ellos, junto a Ukas, hijo de Ulder el lejano, y Remo, hijo de Roka, del clan de los sin legua, quien tomaría como ofrenda el nombre de su padre muerto esa mismo noche, cuando junto a sus dos renacidos amigos, mientras unían sus pequeñas muñecas aceradas por espinas de brezo, juró que por sus venas correría la misma sangre como firme e insoldable promesa, juró que su sangre siempre sería una, y que los dioses serían mudos testigos del horror, juró que la derramarían sobre la de sus enemigos muertos. ¡Venganza eterna!

Nadie lo sabe, sólo Odin calla el secreto que llevó a Ofra, esclava Tauren de la casa de Ulder, a enfrentarse a los suyos y huir herida de muerte al bosque con tres cachorros humanos entre sus ropajes. Dos noches antes de morir por primera vez, Ukas le confesó a Madeo que en las noches de horror, cuando las tres parcas deshilan el destino de
los hombres, y la huesuda vieja de la guadaña le hablaba entre susurros, sólo conseguía dormir recordando el dulce y penetrante olor a almizcle que desprendía la piel, y los harapos, de la vieja Tauren cuando corría intrépida y salvaje entre el fuego y la hojarasca del bosque fatuo.

Esa noche se forjó la leyenda de “Los tres errantes”.

Como un leve murmullo fué despertando su mente, aclarando pensamientos lúgubres y amontonados, incrédulo de sus propias sensaciones. Su mente le traicionaba con hermosos recuerdos de su infancia, cuando la inocencia era su única bandera, cuando las ansias de aventura quemaban sus adentros. No quería moverse, no quería perder ese instante de paz que le había despertado. Y así quedo tendido, como muerto, durante lo
que pareció una eternidad, adormecido entre las luces y las sombras, entre tinieblas.

Estaba vivo, ya no tenía dudas, el dulce sabor de su propia sangre inundó su garganta agarrotada. Sintió una suave y femenina caricia sobre su tosca frente; era imposible, ella no debía estar allí, ¿dónde se encontraba?... Abrió los ojos. ¿Char...?

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